miércoles, 29 de julio de 2015

La Herencia del Amauta (8)

#laherenciadelamauta (8)



Este es mirador principal de la ciudadela sagrada de Cuidista –empezó diciendo don José, con voz grave, lenta, como expeliendo siglos de nostalgia–. El amauta salía de la gran sala con sus alumnos y desde aquí les enseñaba a observar el cielo y a descubrir por ellos mismos el cielo, la naturaleza vegetal, animal y mineral. De las minas de allá abajo extraían el oro para el Inca. Los bárbaros que vinieron luego no se contentaron con oro. Saquearon la ciudadela.

Don José contó mil historias de los cuidistas hasta que se hizo noche. Era abril, no hacía frío. Desde Cuidista se obserba casi todos los pueblos de la región, incluyendo Trujillo, la capital de departamento. Sentados abuelo y nieto mirando al mar, conversaron sin percibir el paso del tiempo. Ambos tenías su poncho de lana de oveja teñidos de marrón.

Abuelo, abajo se ve como una nebulosa –dijo Matías  mirando hacia abajo y al oeste.

Toma estos binoculares y ve de qué se trata –sugirió don José.

Con los binoculares, Matías observó luces alineadas dibujando calles y plazas. Podía verse una gran plaza a la que llegaban columnas de luces.

Es Trujillo, la capital de La Libertad –afirmó don José- Como ves, cuando la vista normal no alcanza hay que recurrir a instrumentos que nos ayudan a ver a escalas inalcanzables naturalmente.

Ahora, esperemos una estrella fugaz antes de irnos a dormir –propuso don José.

¿Cuándo llegará? –preguntó desconcertado Matías, temiendo pasar la noche en vela.

Veremos –respondió don José.

Una media hora después vieron una bella estrella fugaz al norte de Cuidista. Incluso escucharon un tenue silbido.

Hay muchas estrellas fugaces, abuelo –dijo Matías, alegre. ¿por qué la gente no se da cuenta?

Es que la gente nunca mira al cielo. Siempre mira al suelo –respondió don José- Tengo la tarea de enseñarte a mirar lo que otros no miran.

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