Allá por los años 50s, las palomitas de maíz no eran tan requeridas como ahora lo es el “pop corn”. Algo similar pasó con la música de “el cóndor pasa”, la que tuvo que venir de afuera para que apreciemos el valor de la quena y de los compositores nacionales. En estos tiempos, varias luminarias norteamericanas han venido a decirnos que los países que no cultiven la ciencia y tecnología no dejarán de ser republiquitas explotadoras de recursos naturales y de mano de obra barata. ¿Lograrán que finalmente tomemos en serio este tema? Si así fuera el caso, vamos a repetir algunas recomendaciones.
Desde la escuela primaria, los niños deben formarse un espíritu crítico, manejar las tecnologías de la información y la comunicación, realizar experimentos, comprobar hipótesis, trabajar en equipo, hacer presentaciones en público, y todo eso como jugando.
Debe derogarse la ley que prohíbe que físicos, químicos, biólogos, matemáticos y otros profesionales, aunque no tengan títulos de educador, puedan enseñar en escuelas y colegios. En países con éxito industrial, primero se debe contar con títulos profesionales en alguna disciplina del conocimiento antes de pretender ser maestro en el sistema educativo.
Para que los profesionales tengan algo de entrenamiento en investigación y redacción de informes, debe restablecerse la obligatoriedad de la tesis para graduarse o titularse en una carrera.
Las universidades tienen que contar con laboratorios e infraestructura moderna de enseñanza. Los profesores universitarios deben tener grados de doctor o publicaciones en revistas indizadas o patentes registradas, y ser evaluados por su producción en esos rubros, la que puede ser realizada con los estudiantes, beneficiarios entonces de la transferencia de conocimiento.
Tiene que fundarse laboratorios nacionales interdisciplinarios con sólidos equipos de investigación, los que, conjuntamente con las empresas, generen nuevos productos y procesos. Los investigadores que ingresen a estos institutos deben ser jóvenes que hayan publicado sus trabajos o patentados sus inventos, y seleccionados por concurso en el que se tome en cuenta estos aspectos de la producción científica y tecnológica.
Debe promulgarse una ley de la carrera del investigador, al que ingresen por concurso aquellos que tengan publicaciones y patentes, independientemente de que trabajen en una universidad o en un instituto. Los niveles de carrera y sus correspondientes remuneraciones tienen que estar de acuerdo a la producción científica y tecnológica del investigador, y ser internacionalmente competitivos. La falta de publicación en revistas internacionales indizadas y de patentes en el lapso de tres años debe ser motivo suficiente para la separación de la carrera del investigador.
Siendo la investigación su función fundamental, la universidad que no publique trabajos en revistas indizadas, por lo menos una al año por cada 10 profesores, en el lapso de tres años, deben perder su permiso de funcionar.
Para que todo ello funcione, el Estado tiene que contar con un ministerio de ciencia, tecnología e innovación, que establezca la política en ese sector, integre a los institutos de investigación científica y tecnológica, administre la carrera del investigador, promueva la repatriación de talentos y brinde incentivos fiscales a las empresas que realicen investigación sobre nuevos productos y procesos.
Estas son las ideas de sentido común que surgen cuando pensamos en qué hacer para que nuestro país vea la luz del socavón en el que nos hemos metido. Como siempre estamos atentos a las recomendaciones que venga del Norte, ojalá que esta vez decidamos lo que conviene al país.
Agradezcamos a Mario Samamé Boggio, Gerardo Ramos, Víctor Latorre, Alberto Giesecke, Holguer Valqui, Manfred Horn, Oscar Miró Quesada de la Guerra “RACSO”, Francisco Miroquesada Cantuarias, Alberto Cazorla, Fabiola León-Velarde, Eduardo Gotuzzo, Marcel Gutiérrez, Ronald Woodman, Carlos Bustamante, Fernando Ponce, Carlos Herrera, Fernán Muñoz, Tomás Unger, Ciro Maguiña y otros peruanos que nos enseñaron o que nos vienen enseñándonos diaria y públicamente el camino del desarrollo real, sostenible, que da la ciencia y la tecnología. Hoy, la música viene de afuera, todos la hemos escuchado: ¿la habremos comprendido?
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